En diciembre del año 2001, tras dos años de decadencia económica, la economía argentina estalló en una crisis sin precedentes. La razón: Fuga de capitales que no tenían bastante regulación estatal. Era el resultado de una política económica que durante 12 años privatizó empresas públicas, desregularizó el movimiento de capital, y se sostenía en la idea de permitir una ecuación entre el peso argentino y el dolar norteamericano fijo por ley.
El resultado fue que el comercio argentino estaba basado no el su propia moneda, sino en dólares norteamericanos. Cuando la economía argentina empezó a decaer desde comienzos del año 1999, el gran capital empezó a escapar poco a poco, evitando cualquier inversión desde el exterior, y así dejando Argentina en una situación insostenible. Por eso, el Estado aprobó la ley del Corralito, en que se prohibía a los bancos devolver los ahorros a cualquier compañía o la población, mientras que se devolvería el dinero exclusivamente en el peso argentino (que para entonces, no valía realmente nada).
Todos recordamos la crisis económica argentina, una crisis que duró varios años, y que se resolvió creando nuevas empresas estatales, regulación del capital, y sustituyendo importaciones por una producción competitiva argentina (aunque en todo caso, las importaciones siguen siendo muy importante en ese país). Esas medidas, implementadas desde el 2003, no resolvieron la enorme pobreza creada en 2001, pero en sentido macroeconómico en 2005 ya se pudo decir que la crisis se quedó en el pasado.
Argentina era un letrero de aviso gigantesco para el mundo: Uno que la mayoría de teóricos economistas neoliberales no querían escuchar. Las razones enumeradas anteriormente no eran nada más que los detalles de la causa principal: El despegue entre la realidad microeconómica y los supuestos datos "positivos" macroeconómicos. Como cualquier economía basada en especulación, el mundo estaba en una situación en que se construía un edificio sin fondos, sin basamento, donde se usaba crédito para tapar las inherentes contradicciones económicas del sistema.
Economistas estarán de acuerdo en entender que todo sistema se basa en el impulso que propone la demanda de una población. El problema es que esta demanda debe tener dinero efectivo, y no especulativo, para que funcione. Si analizamos la situación económica mundial, en especial el mercado inmobiliario, veremos que era una catástrofe inevitable, puesto que la economía se basaba no en pago, sino en promesas de pago. Promesas que, eventualmente, no se pudieron cumplir, llevando a quiebra tras quiebra en las bolsas. Y eso, por supuesto, conlleva un efecto dominó: Quiebras de empresas significa desempleo, baja de oferta, aumento de precios, disminución de demanda, y otra vez quiebra de más empresas.
El pasado Martes, el gigante de seguros financieros AIG estaba al borde de la quiebra, y con él el mercado mundial estaba al borde de una depresión similar al de 1929. Por eso, la inyección de liquidez a esa empresa sólo ganó algo de tiempo, pero dudo que resultará efectivo. El problema no son unas empresas, o unos préstamos inestables. El problema es, en esencia, que el edificio de crecimiento especulativo es tan alto y tan desconectado de la realidad económica, que está al borde del colapso total. Y eso es algo que la inyección de liquidez no puede solucionar. Es más, nada lo puede solucionar. Se tiene que derrumbar el sistema para construir uno nuevo.
Da rabia pensar de que todo esto se pudo evitar años atrás, si los teóricos influenciados por la escuela de los Chicago Boys o la escuela económica austríaca vieran la realidad en Argentina. Es curioso que ellos eran los primeros en acusar a los críticos proteccionistas o socialistas de "no mirar el ejemplo de la URSS" y su fracaso. Pero son ellos los que se obsesionaron con su pureza ideológica. Sólo economías similares a la europea se pueden salvar de todos los efectos de la crisis. Aunque países como España tendrán que sufrir mucho antes de que se vislumbre alguna salida.
El resultado fue que el comercio argentino estaba basado no el su propia moneda, sino en dólares norteamericanos. Cuando la economía argentina empezó a decaer desde comienzos del año 1999, el gran capital empezó a escapar poco a poco, evitando cualquier inversión desde el exterior, y así dejando Argentina en una situación insostenible. Por eso, el Estado aprobó la ley del Corralito, en que se prohibía a los bancos devolver los ahorros a cualquier compañía o la población, mientras que se devolvería el dinero exclusivamente en el peso argentino (que para entonces, no valía realmente nada).
Todos recordamos la crisis económica argentina, una crisis que duró varios años, y que se resolvió creando nuevas empresas estatales, regulación del capital, y sustituyendo importaciones por una producción competitiva argentina (aunque en todo caso, las importaciones siguen siendo muy importante en ese país). Esas medidas, implementadas desde el 2003, no resolvieron la enorme pobreza creada en 2001, pero en sentido macroeconómico en 2005 ya se pudo decir que la crisis se quedó en el pasado.
Argentina era un letrero de aviso gigantesco para el mundo: Uno que la mayoría de teóricos economistas neoliberales no querían escuchar. Las razones enumeradas anteriormente no eran nada más que los detalles de la causa principal: El despegue entre la realidad microeconómica y los supuestos datos "positivos" macroeconómicos. Como cualquier economía basada en especulación, el mundo estaba en una situación en que se construía un edificio sin fondos, sin basamento, donde se usaba crédito para tapar las inherentes contradicciones económicas del sistema.
Economistas estarán de acuerdo en entender que todo sistema se basa en el impulso que propone la demanda de una población. El problema es que esta demanda debe tener dinero efectivo, y no especulativo, para que funcione. Si analizamos la situación económica mundial, en especial el mercado inmobiliario, veremos que era una catástrofe inevitable, puesto que la economía se basaba no en pago, sino en promesas de pago. Promesas que, eventualmente, no se pudieron cumplir, llevando a quiebra tras quiebra en las bolsas. Y eso, por supuesto, conlleva un efecto dominó: Quiebras de empresas significa desempleo, baja de oferta, aumento de precios, disminución de demanda, y otra vez quiebra de más empresas.
El pasado Martes, el gigante de seguros financieros AIG estaba al borde de la quiebra, y con él el mercado mundial estaba al borde de una depresión similar al de 1929. Por eso, la inyección de liquidez a esa empresa sólo ganó algo de tiempo, pero dudo que resultará efectivo. El problema no son unas empresas, o unos préstamos inestables. El problema es, en esencia, que el edificio de crecimiento especulativo es tan alto y tan desconectado de la realidad económica, que está al borde del colapso total. Y eso es algo que la inyección de liquidez no puede solucionar. Es más, nada lo puede solucionar. Se tiene que derrumbar el sistema para construir uno nuevo.
Da rabia pensar de que todo esto se pudo evitar años atrás, si los teóricos influenciados por la escuela de los Chicago Boys o la escuela económica austríaca vieran la realidad en Argentina. Es curioso que ellos eran los primeros en acusar a los críticos proteccionistas o socialistas de "no mirar el ejemplo de la URSS" y su fracaso. Pero son ellos los que se obsesionaron con su pureza ideológica. Sólo economías similares a la europea se pueden salvar de todos los efectos de la crisis. Aunque países como España tendrán que sufrir mucho antes de que se vislumbre alguna salida.